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lunes, 9 de noviembre de 2020

10 de Noviembre: Día de la tradición

 


Se celebra en la Argentina en conmemoración al nacimiento del escritor y periodista José Hernández, el 10 de noviembre de 1834, quien compuso El Gaucho Martín Fierro, obra lírica que ocupa la cumbre de la literatura gauchesca. La obra relata la experiencia del gaucho en los tiempos posindependentistas, cuando el país transitaba una etapa de organización política y económica que ponía a este actor social entre medio de la "civilización" y el campo abierto. Además, este poema gauchesco y narrativo refleja el estilo de vida que entonces tenía el gaucho, su lucha contra la autoridad, su contante tensión con el gobierno y los indios, sus costumbres, su lengua y los códigos de honor que promulgaban y mantenían en su espíritu rústico y, de alguna manera, anarquista.

La efemérides fue instituida en 1939 a través de la promulgación de la ley Nº 4756. En 1975, el Congreso Nacional extendió a todo el territorio argentino la vigencia del 10 de noviembre como Día de la Tradición por medio de la Ley Nacional N° 21154.

La palabra tradición refiere a ‘donación’ o ‘legado’, y abarca el conjunto de costumbres que suelen transmitirse de generación en generación. La tradición de una nación suele incluir su cultura popular, el gran acervo de música, comidas, juegos, actividades y muchas otras costumbres de cada región del país. En nuestro caso, la Argentina contiene en sí un amplio abanico de costumbres relacionadas con la vida de campo: el mate, el asado, la música folclórica, la domesticación de caballos, la artesanía a base de plata y metales, el trabajo agrícola, la pintura costumbrista, etc., forman parte de lo que nos identifica como nación frente al resto del mundo.

Una amistad literaria entre Martín Fierro y Cruz

Amigazo, pa sufrir
han nacido los varones;
éstas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.

El andar tan despilchao
ningún mérito me quita.
Sin ser una alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.

Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo sé hacerme el chancho rengo
cuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al máiz frito.

A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano,
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno.
Si este mundo es un infierno
¿por qué afligirse el cristiano?

Hagámoslé cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cáir como un chorlito:
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a naides lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó,
mañana será otro día.

Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.

En la güella del querer
no hay animal que se pierda;
las mujeres no son lerdas
y todo gaucho es dotor
si pa cantarle al amor
tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan dura
que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.

Si es güena, no lo abandona
cuando lo ve desgraciao,
lo asiste con su cuidao
y con afán cariñoso,
y usté tal vez ni un rebozo
ni una pollera le ha dao.

Grandemente lo pasaba
con aquella prenda mía
viviendo con alegría
como la mosca en la miel.
¡Amigo, qué tiempo aquél!
¡La pucha que la quería!

Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó,
era mas linda que el alba
cuando va rayando el sol,
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el comendante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fue refalando a casa:
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe.
Era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que saguaipé.

A poco andar conocí
que ya me había desbancao,
y él siempre muy entonao
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.

A cada rato, de chasque
me hacía dir a gran distancia;
ya me mandaba a una estancia,
ya al pueblo, ya a la frontera;
pero él en la comendancia
no ponía los pies siquiera.

Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele;
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina.
Yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo solprendí en el jogón
abrazándomé a la china.

Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije: “Que le aproveche,
que había sido pa el amor
como guacho pa la leche”.

Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
“Cuidao no te vas a pér…tigo,
poné cuarta pa salir.”

Un puntazo me largó
pero el cuerpo le saqué
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidao, medio de lejo,
un planazo le asenté.

Y como nunca al que manda
le falta algún adulón,
uno que en esa ocasión
se encontraba allí presente
vino apretando los dientes
como perrito mamón.

Me hizo un tiro de revuélver
que el hombre creyó siguro,
era confiado y le juro
que cerquita se arrimaba,
pero siempre en un apuro
se desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando
mas sin poderme acertar,
y yo, déle culebriar,
hasta que al fin le dentré
y áhi no más lo despaché
sin dejarlo resollar.

Dentré a campiar en seguida
al viejito enamorao.
El pobre se había ganao
en un noque de lejía.
¡Quién sabe cómo estaría
del susto que había llevao!

¡Es zonzo el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
El la miraba a la indina,
y una cosa tan jedionda
sentí yo, que ni en la fonda
he visto tal jedentina.

Y le dije: “Pa su agüela
han de ser esas perdices.”
Yo me tapé las narices,
y me salí estornudando,
y el viejo quedó olfatiando
como chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,
señal que quiere cociar;
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula:
recula como la mula
la mujer, para olvidar.

Alcé mis ponchos y mis prendas
y me largué a padecer
por culpa de una mujer
que quiso engañar a dos.
Al rancho le dije adiós,
para nunca más volver.

Las mujeres dende entonces
conocí a todas en una.
Ya no he de probar fortuna
con carta tan conocida:
mujer y perra parida,
no se me acerca ninguna.



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